La novela de un pequeño filósofo

La novela de un pequeño filósofo
Cosas de oriente, de Corte y Cortijo (1946)

Emilio Quintana Pareja

Azorín definió al pequeño filósofo a principios de siglo. España estaba llena de pequeños filósofos a principios de siglo; no había boticario que no leyera a Nietzche ni médico de pueblo que no citara al dedillo a Joaquín belda. Estos pequeños filóosofos eran los maestros de escuela, los notarios solterones,y algún que otro rentista que se iban por la tarde al casino a desbarrar sus sistemas. a veces en esas conchas provincianas, e incluso pueblerinas, se les daba revoque a una perla, ala perla de mallarmé. A Juan de Mairena se le ven las monótonas tertulias de Machado en las reboticas de Baeza. pero esas perlas se suelen quedar dentro de sus conchas y no se las mete en estuches ni siquiera de viajante de baratijas; lucen demasiado grises para el gusto de los horteras. el norte, la negra provincia de flaubert, es la patria real de los pequeños filósofos; en navarra hay casi tantos como valles. Pero eso no quita para que alguno dé por estos burgos; de esta estirpe son julio mariscal en arcos, o eliodoro Puche , de Lorca. Y algo de todo esto tuvo también don Manuel del Moral morales (Loja, 1907-1988).

Del Moral pertenece a esa galería de tipos de época que ya le hubieran pillado a trasmano a Baroja para meterlo en sus memorias, porque es ya de la posguerra. Escribió poemas, y unas prosas filosóficas s lo montaigne, que era otro filósofo de pueblo que tuvo más suerte porque era rentista y escribía en francés. Estos filósofos son bichos raros, perros verdes. les encanta pasar el rato leyendo libros de filosofía, y cuando les da por los poemas, les sale la vena blandengue de sentimentalotes y lagrimón gotero. Muchos son terribles ateos, intoxicados por la mala hierba de los librotes, como el noble filósofo de las novelas de Palacio valdés. Del moral se definió en una ocasión: “Yo creo que mi línea está entre García lorca y balmes. Quizá también Nietszche”. !Caramba!, que fue lo que acertó a exclamar el periodista que le hacía la interviú. De lo oriental, a Del Moral le atrajeron los indios, es decir, los hindúes de la India. En esto es de una finura espiritual de mucho calado. Lo fácil de siempre ha sido irse a la china y al Japón y tirar de confucios y laosés de todo pelaje que los hay en abundancia: hacer hai-kais y poemas con ranas. La India parece que quedaba siempre a trasmano. José somoza, el “hereje de piedrahita”, hermano espiritual de del moral un siglo antes, llegó hasta la corte de los mogoles. Pero lo normal son las chinoserías y las japonerías, que para eso no hay “hindunerías”. A lo mejor a del moral le cogió la época de Tagore y de las versiones de Zenobia Camprubí de Jiménez. Dijo: “Mi ilusión es calcuta; su río y sus peldaños en sus márgenes. quiero charlar con los hindúes. Esto de querer charlar con los hindúes, como ya he dicho, me parece de una gran finura de espíritu

Manuel del Moral Morales publicó en 1946 una novela que se llama Cosas de oriente, de Corte y cortijo, que es, por muchas razones, sorprendente y extravagante e incluso buena. Es una novela seca, abstrusa, disparatada, que merece reedición. La leyó Pilar Millán-astray que le mandó una carta al autor desde la cama, y Felipe Sassone, ya fantasma de sí mismo. A uno el título le recuerda a otras novelas de esa especie de realismo cortijero -del que tanto sabe mi amigo manuel Galeote- que ha dado escritores muy interesantes por la zona del sur de Córdoba: el más cursi de ellos Juan Valera, de cabra, con su Juanita la larga, pero también Cristóbal de Castro (1874-1953), escritor de Iznájar, autor de Fifita, la muchacha en flor. Novela de corte y cortijo, o el poeta José Luis Estrada, autor de Corte y cortijo. Poesías del campo y de la ciudad (1942). Estas novelas cortijeras pasan del champán al gazpacho, y del reservado en Llardy a ponerse de chorizo bajo un olivo con una facilidad pasmosa; en todas ellas, y también en la de Del moral, cuando no se fuman cigarrillos egipcios se le echa mano a la petaca de hebra y picadura. Hay algo de novela lírica escrita a garrotazos do de modernismo gazpachero. Aunque, en realidad, Cosas de oriente tiene mucho de novela galante con veinticinco años de retraso, de historia cortada por el patrón de la promoción “novela corta”, de folletín de mesita de noche a lo álvaro retana, entre el jarrapellejos y la malicia de las acacias.

En Cosas de Oriente hay una rusa, Ninoska, que se dedica a alquilar galgos de music-hall, fuma cigarrillos perfumados, se enrosca al cuello un renard y lleva las muñecas llenas de “ajorcas y brazaletes áureos”. Está también el indio, Feitzchi, y su mujer, Simayog, que curan según la ciencia natural en un piso de la calle Serrano, con un papagayo que repite “Rama, rama, rama” y un circuito de TV para las visitas. También tienen un hijo que es un autómata hecho con cartón y ébano. Por el piso de Serrano pasan los personajes de la novela: Alicia, una girl de revista, curada de un cáncer por el indio a base de papel y azúcar; don julio, un turolense empresario de varietés que llora sus casitas de papel y hasta un poema de amor truncado; Ana, criadita de pensión que tiene un solo pecho, y Gustavo de Silos, escritor de escena al que una representación pirata en Tetuán le lleva a reflexionar sobre los derechos de autor y la vanidad del mundo. Todo se desarrolla en un ambiente gris de rata, con su puntito de tremendismo a lo cela -la criadita sin pecho a la que le crece un pezón rosa allí donde le falta-. del Moral lo cuenta todo telegráficamente, taquigráficamente, taquicárdicamente, en una especie de mensaje azul y oval entre alucinado y opiáceo.

En su novela, Del moral embucha, al hilo de la historia, todo tipo de excursos: habla de la desaparición metafísica de ciertas calles de Madrid, de la novela rosa, de la homeopatía, del sincretismo religioso, de Goethe, de la hipnosis, del psicoanálisis adleriano, nos da cuenta de una porción de apólogos y, cuando le parece bien, hasta le echa a la historia cuatro gotas de ramonismo o se inventa una obra de teatro titulada Mentir de las estrellas. La acción avanza a trompicones en un madrid de la posguerra que del moral sabe pintar con maestría en cuatro brochazos: cafés Molinero y Acuarium, edificio de telefónica, botillerías del retiro, circo price, las desoladas soledades de la calle Serrano, todo ese ambiente color ala de mosca en el que parecía que la gente iba siempre con gabardina y sombrero y los coches funcionaban a gasógeno. La parte del cortijo -que entusiasmó a González Anaya-, no es, sin embargo, la de los pic-nics cursis de ajoblanco y gramola con charlestón que Cristóbal de castro monta en la serranía de Iznájar. Lo cortijero es en Del moral es un peñascal de cazadores lleno de rocallas y breñas, neblinoso y campero, agreste como las tierras de Láchar, entre Delibes y melville: en esas neblinosos cortijadas tiene lugar un épico enfrentamiento de pájaros perdiz que es como escribir Moby Dick en la serranía de Loja.

En fin, Cosas de Oriente es una novela extraña -hipnótica-, y me da a mí que merece reedición y estudio. Quizá algún día el Ayuntamiento de Loja debería de ocuparse, ya que nadie más lo hace, de promover la recuperación de la producción literaria local: de los sonetos gongorinos de José de cobaleda a las novelas indostánicas de Manuel del Moral. a estas perlas, revocadas en convcha pueblerina, no les vendría mal que alguien las pasara un pañito.